sábado, 6 de julio de 2013

Acteón o El cazador cazado

La historia de Acteón es la de un cazador que vio por casualidad algo que no debería haber visto nunca, violando con su mirada la íntima desnudez de la diosa Diana cuando se bañaba en un manantial, quien, como se sabe, era la  protectora de la caza, una divinidad  silvestre y montaraz, que hacía de la naturaleza salvaje del bosque su morada, rehuyendo la compañía masculina, lunática diosa de la Luna, además, como hermana que era de Apolo, pronto equiparado con Helio y convertido en dios solar.

La Ártemis griega era, además de predadora, una diosa virgen, que vivía rodeada de ninfas, a las que exigía el mismo voto de castidad que ella mantenía, y con las que compartía correrías detrás de ciervos y venados y el baño después de la cacería.

No es ningún secreto que la mitología clásica grecorromana y la tradición bíblica judeocristiana han sido dos de las principales fuentes de inspiración de la pintura a lo largo de casi toda su historia. No es raro, pues, que los pintores se hayan regodeado muchas veces recreando el baño de Diana solitaria y resplandeciente como la luna llena,  o acompañada, las más de las veces, por el coro de sus fieles ninfas, que encarnan de alguna manera el espíritu femenino y voluble de las linfas.

Si al mismo tiempo, figura Acteón en el lienzo pintado por el artista, es como si, sin querer la cosa, los espectadores que contemplamos el cuadro en el museo o la pinacoteca nos convirtiéramos en modernos acteones, si se me permite la utilización del nombre propio como nombre común, o mirones o voyeurs, al ser incluido el observador de la escena  dentro de la escena que se observa.

Es el caso, por ejemplo, de Tiziano, en este óleo sobre lienzo que atesora la National Gallery londinense, donde a la derecha del espectador figura la diosa, cuya irritación es patente en su rostro y en el intento de cubrir su blanca desnudez con un velo, ayudada por una esclava negra. Contrastan así la blancura deslumbrante de Diana, una blancura resplandeciente y lunar, sentada y caracterizada por una media luna, precisamente, sobre su cabello,  y la negrura de la sierva.


Os propongo contemplar este breve cortometraje de gran valor artístico titulado "Metamorphosis" (transformación en román paladino), que hace una recreación del mito, donde se cuenta, siguiendo a Ovidio, que lo narró versificado en sus Metamorfosis,  la historia y su desenlace: el castigo que sufrirá Acteón por haber contemplado a la diosa desnuda, la conversión del cazador en presa.

Sufrirá Acteón una metamorfosis que lo convertirá en ciervo, y será víctima de la jauría de sus propios perros, que, no reconociendo a su antiguo amo, lo devorarán sin misericordia.  Cuenta la leyenda que los perros,  deconsolados, buscaron en vano a su dueño por todo el bosque, llenándolo con sus gemidos, hasta que llegaron por casualidad a la gruta donde habitaba el sabio centauro Quirón, quien, para consolarlos, modeló una estatua a imagen y semejanza de Acteón.



lunes, 1 de julio de 2013

El poeta en Sunio (o El canto del cisne)





En el cabo de Sunio, a tiro de piedra de Atenas en autobús, se alza todavía el templo de Posidón, construido hace 2500 años sobre un promontorio abierto a la inmensidad del mar. Aún pueden verse 18 columnas dóricas de mármol de las 42 originales del santuario.



Al atardecer muchos turistas, cámara fotográfica en ristre, y no pocas parejas de enamorados se sientan a contemplar en silencio la que puede que sea una de las puestas de sol más espectaculares del mundo.



El nombre propio del poeta romántico inglés Lord Byron, tan enamorado de Grecia que murió luchando por su independencia contra los turcos,  aparece grabado en uno de los mármoles del templo como  recuerdo, aunque no se sepa a ciencia cierta si fue él mismo el autor de la inscripción.



Lo que sí es seguro que escribió el propio Byron, fascinado por el encanto y la magia del lugar, fueron estos versos de su largo y celebrado poema satírico Don Juan



Place me on Sunium's marbled steep,

 Where nothing save the waves and I

May hear our mutual murmurs sweep;

There, swan-like, let me sing and die.
 Lord Byron, Don Juan



Ponedme en  mármol de una grada en Sunio,   
En donde, solos yo y  las olas, pueda 
Oír el son de nuestro mutuo arrullo:
Dejad que allí, cual cisne,  cante y muera.

El último verso evoca el "canto del cisne", expresión incoporada a nuestro acervo cultural, con la que se alude a la última actuación de una persona o, más en concreto, a la  obra póstuma de un artista, con la que da lo mejor de sí mismo al haber llegado al punto culminante de su carrera. Desde antiguo se creía sin mucho fundamento que los cisnes tenían la curiosa costumbre de entonar un armonioso y melódico cántico cuando presentían que llegaba el momento de su muerte. Así Cicerón, por ejemplo, nos dice en un pasaje de sus Conversaciones en la villa de Túsculo (Libro I, 30): "...los cisnes que fueron consagrados a Apolo no sin razón sino porque parece que de él reciben el don de la adivinación, en virtud de la cual mueren con un canto placentero al presentir el bien que hay en la muerte...". 

La historia del patito feo que se convierte en un bellísimo cisne resplandeciente al alcanzar la edad adulta, porque aunque había nacido en el corral de los patos había salido del huevo de un cisne,  nos viene a la mente a nosotros, los modernos, siempre que se menciona al cygnus olor, que es su nombre científico, desde que Hans Christian Andersen publicara su cuento en 1843 llamado a alcanzar tanta popularidad.  El patito más torpe, desgarbado, grande y menos agraciado que sus hermanos resultó, al fin y a la postre, que no era un pato tan patoso como parecía, sino un cisne de una belleza majestuosa y deslumbrante. Lo mismo sucedería con su voz, según los antiguos:  el graznido del supuesto pato resultaría un melódico y único canto en la plenitud de la vida.

Pero el cisne, por lo que se sabe de él, no canta nunca, sino que vozna, (del latín bucinare), que es emitir una voz bronca,  es decir,  una especie de gruñido sordo, similar a un ronquido, bastante desagradable, por cierto,  y disonante. Se creía sin embargo que el cisne tenía la habilidad, concedida por Apolo  de predecir su propia muerte, y, cuando sentía que había llegado su hora, entonaba el canto más bello que jamás había proferido, porque comprendía que la muerte no era un mal en sí, sino todo lo contrario: un bien, el mejor bien de hecho que podíamos recibir en la vida.

Lord Byron,  a través de su alter ego don Juan, un donjuán que no seduce a las mujeres sino que, víctima del sexo femenino, es seducido por ellas, de ahí el carácter satírico que apuntábamos arriba de su poema, entona su canto de cisne en el cabo de Sunio, frente al mar.